"PROFECIAS DE ESTA CASA", DE MANUEL LOZANO GOMBAULT -
(PRIMER PREMIO INTERLETRAS, MADRID, 2003) -
PROFECIAS DE ESTA CASA
A
Teresa de Ávila
¿Quién entorna la puerta en cada recodo
donde duermo
y postula apenas -desdeñosa trampa de hechicero,
mordaza para el caos,
ennegrecida cuerda para estrangular
a los jueces-
la vaga incertidumbre del camino?
Porque no sé dónde estabas, dónde
encontrarte, vida mía,
en estos funerales del miedo, en
estos acolchados de la muerte
con un ejército de bufones
acampando en mis llagas,
aquí mismo en que se nutre de mí
toda la sed del huérfano
y hurgo entre las tumbas.
Se desvanecieron los manjares
que encendían las bocas,
que apuraban tu pie por el lodo
donde el alma es una intrusa
sirviente del espino.
Siempre hubo una autómata en este
reino nocturno.
Los peregrinos siguieron temerosos
su escaso itinerario de abismo
al contemplarte, al presentir tu grito
en el murmullo.
¿No ve la espada incandescente,
no cuenta él todos mis pasos?
El corazón es un castillo invadido por
íbices, por cierzos y por ratas.
¿Quién se ríe en este refugio, a solas,
sin comprender
al cortejo anunciador,
al insaciable que ya mora en tus
entrañas?
¿En cuál nacimiento alguien goza
y se alegra y repudia
a las vastas muchedumbres
congregadas en honor
del bebé en las pocilgas del odio?
Que le incrusten un lutito a la altura de la débil membrana
/
(extenuante hasta la desesperación),
un lutito dorado como breve cereza
pudriéndose en los ojos.
Y él, con su olvidado clamor de
pasado en fuga,
nunca más deslumbrante que hasta
el día primero del final
en que olvidas tu cuerpo, en que
comes tu cuerpo
entre los desperdicios de un corazón
que fue un planeta ardiente,
hará de las distancias un aluvión de
desposeídos,
del miedo un veneno insoluble.
Porque las astillas fueron
entresacadas de la carne
sin que apareciera el signo
indignante de tu camino a ciegas:
La delatora cicatriz bajo el milagro.
......................................................................
El sortílego ha venido a taladrar los huesos del cordero negro,
aun a expensas de sus pieles, de la
férrea palabra que lo nombre
en su idioma de fosas y
lamentadores, de amantes
repudiadas
consumiendo en su avidez hasta el
abrojo, vaciando los odres,
atraído por la muerte (por la memoria
de la muerte, por la impura)
que separa la ciénaga del mar
con su hocico de bestia apacentada.
Él no espera.
¿Y dónde queda el brindis de los
reyes exiliados?
¿Y qué perdura del olor de las pieles
después del amor
cuando esta dicha parece trasvasar
los relámpagos del infortunio?
.......................................................
En ese lecho sepulté mis infiernos
de hielo,
junté cenizas para el desesperado
que busca su niñez en los andamios.
Asediante estación de trenes,
arena está borrando las pupilas.
Para siempre es hoy con ciegas
murallas y con huéspedes enfermos
precipitándose al vacío de este
mundo.
¡Inobediente y limado vacío más claro
que la perfección!
Para siempre en traje de abandono.
Para siempre con traje de sirvienta difamada.
¿Pero quién rehúsa pronunciarme
madera -cara a cara-,
invocar a sus madres con los
sonajeros del juicio?
Temen. Ni siquiera oyen los lamentos
del lebrel en su guarida,
del conejo incestuoso, de un chacal
carnicero por detrás de las rejas,
de la piara sedienta huyendo ahora
de los lobos, de la astuta comadreja,
de la cebra invencible en las praderas
de una pesadilla celeste,
de aquel ciervo amamantado por tus
tiernas manos de nodriza.
Afuera no hay nadie, nunca hay nadie,
ni un rastrojo de deseo enmascarado
por las caligrafías de pavor,
un armiño donde el ausente trace el
gesto final de despedida
y de pronto cubran de flores su cabeza.
Nadie queda.
..............................................................
Rugoso desierto congelado en tu
vientre, tan cerca de la luz,
el canto sube cuando roban las llaves
de este reino.
El trapecista anhelante se ofrece al
rito
cuando Lucas Cranach entrevé de su
iris bienhechor
la cabeza devorada de toda vigilia.
Áspero refulgente, en el tapiz urde
la salida imposible
donde infancia y vejez se
transforman en dos brasas
para el cruel exterminio de tus caras
de mármol,
desertoras de lo humano.
Si te clavaran en un lívido retrato
como si te crucificaran,
él te buscaría por los recodos del
mundo
hasta arder en tu máscara por
nacimiento y naufragio.
.
El sol desprende angustia en esta
hora.
La selva inmola a los yacentes sobre
un teatro de desapariciones.
Debes partir antes que anochezca,
que te horaden los húmedos filos de
un cedro azul de pesadilla.
A lo lejos han matado al padre, cavan
una fosa,
mienten los huesos abiertos de su
espanto,
deshabitan cada nicho recubierto con seda.
¿Te inclinas, mejilla devorada, sin
traicionarme?
¿Qué crimen cometí en esos
lavaderos de la furia?
¿En qué caída de un imperio -nada
más que con antorchas apagadas-,
soplas sobre un nidal de pétalos
escalofriantes?
¿Y llegas a sepultar al de los ojos
abiertos, la boca lúgubre?
El cadáver sufre pérdidas visibles.
Todo nombra la conjetura
de decir por amor la mudez del
enigma.
Pared leprosa; hilos leprosos.
La fiesta baja perversa un resplandor
de viejas melodías.
¿Dónde se rebelarían los vejadores,
dónde están los hospitales?
Sé que han dormido el corazón del
hombre con los restos del ácido,
que no puedes oír al moribundo que
eres
aun cuando cae la noche y el grito
fue un sollozo,
que no podrás oír jamás la sílaba con
que convocan a tus muertos.
Los peregrinos irrumpen, tallan en
la sombra
la inscripción del desierto.
(Y eras con tu ira y tu asco, libre del
polvo y las respuestas.)
Afuera no hay nadie.
¿Cómo es que no hay nadie cuando
todos imploran
con sus mímicas la entrada al jardín?
Afuera no hay nadie, dirán otras voces.
¿Pero qué vigía habla de la corteza
descascarándose
al grito del principio?
Nadie llama aquí -nadie me llama-,
nadie llama con la astilla de la sangre
a exhalar el milagro y sus crueles
prodigios.
El viento es cierto.
La mirada es cierta.
Esta voz es cierta.
Crujen. Era esto lo esperabas:
un aroma a neblina flotante en las acequias, un color desolado,
el oscilante samaritano con el anillo
de Shakespeare,
el barro hirviente de tu desintegración.
"...de
ver que un muladar tan sucio y de mal olor hiciese huerto de tan suaves
flores."
Teresa de Ávila, Su vida, Capítulo X
MANUEL LOZANO GOMBAULT
Buenos Aires, junio de 1993/diciembre de 2003
(Este texto integra el libro Historia Natural de la Herida").
Manuel Lozano Gombault nació en Córdoba, Argentina.
Es Profesor y Licenciado en Letras, Master en Historia de la Cultura Argentina,
Master en Gestión Cultural, Doctor en
Filosofía de la Educación (medalla de oro),Coach ontológico, y escritor (poeta,
narrador y ensayista). A los nueve años, dio su primera conferencia sobre
“Borges y la eternidad de los tiempos”, actividad que continúa hasta la
actualidad en todo el mundo. Ha escrito treinta y un libros, como “Libro de
Amenemope”, “La línea y el Círculo”, “Historia Natural de la Herida”,
“Cosmología de la sangre” y “Tratado sobre una infinitud que arde”. Recibió 103
premios nacionales e internacionales, como “Faja de Honor de la Sociedad
Argentina de Escritores” (a los 18 años), “Premio Joven Sobresaliente de la
República Argentina (votado por unanimidad por quince personalidades de
Argentina), “Premio a la Excelencia Educativa en dos oportunidades (2004 y
2007), “Primer Premio Georg Trakl” (España), “Primer Premio Interletras”
(España), tres Doctorados Honoris Causa y “Personalidad Emérita de la Cultura
Iberoamericana (Brasil), entre otros. Borges escribió sobre su obra: “Nos
deslumbra con páginas memorable. Descubro que tiene el hábito de frecuentar el
universo (…) Es el más alto de los escritores hispanoamericanos.” Actualmente
es CEO de “Consulting Group”, Presidente de la Fundación Interdisciplinaria de
Estudios para el Desarrollo, y docente universitario. En 2019, fue nominado al
Premio Nobel de Literatura
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